Sobre El deseo postergado de Mario Bojórquez, un poema que arde
Al leer El deseo postergado uno se enfrenta a los dones del arquitecto incendiario cuya obra escuece, como en las tragedias griegas, en el íntimo venal humano. Un ahogo espiritual está manifiesto desde la vibrante lápida:
Redacto estas palabras para mi inmolaciónLas escribo para no olvidar cuán justo es el fiel que marca lo pesadoY que no hay consuelo posible para aquel que dirige su tajo en cuello propio […]Quede aquí por lo prontoEl canto de alguien que no supoVivir como deseaba[1]
Después de apartarla del resto del poemario sobresalen dos bloques temáticos: el juicio y el enfrentamiento melódico (canto-contracanto). De aquí se desenvaina la larga raíz emotiva del libro. Son los rieles por donde avanza el fulminante arsenal retórico bojorqueano. Los poemas están agrupados por una similitud psíquica, por el campo semántico y no por un cambio de la enunciación discursiva. La polarización, el bello oxímoron que es El deseo postergado, florece alimentado por una metamorfosis degradante: el amor deviene en odio, la esperanza en una certidumbre de naufragio, la alegría en ese sabor insondable y conocido de la tristeza.
Para acercarnos a su significado conviene, como primer paso, detenernos un poco en la estructura. Las secciones, enumeradas cronológicamente, remiten a un juicio: Lápida, Canto, Querella, Dictamen, Edicto, Contracanto, Autos, Laudo y Adenda. Cada una de esas nueve saudades es abierta con un epígrafe de Hugo Vidal y el primero de los cantos con otro de Francisco Cervantes. Estas referencias son indispensables porque multiplican el valor del poema. La intertextualidad producida por Bojórquez restaura un orden entre esos dos poetas.
En los poemas del Canto[2], la primera sección, hay alusiones firmes hacia lo inaprensible –cuyo símbolo por excelencia es el aire–, hacia el desvanecimiento de la materia, la invisibilidad del sonido:
I…Que allende el ríoDonde la ciudad reposa con luciente escafandraDonde soñé algún día volver para quedarmeSe van desvaneciendo los deseosY de mí sólo queda una vaga sustancia que no me nombra ya…II…Con la brisa bordeandoSu hoja espiritualEn el surco de llamasAbriéndose […]Con su fruto amargoSu corazón de aireEn el cielo apretadoIII…ParecesUna sombraQue se mueveEn el aire
Este elemento unificador de la sección no impide, claro, su aparición en otras secciones –este elemento se comporta como las isotopías propuestas por Greimas–.[3] En laQuerella hay un acercamiento al agua y sus derivaciones:
DICES que el amor es una fruta arteraUna pulpa de sangre en boca codiciosaQue es mentira que alegra corazones de sapoEn lluvias prisioneras…—–COMO si lentas costas en mar embravecidoTe dejaran al puerto la única salidaY de tu baja sombra el pie en la orillaMordiendo una esperanza de fallido naufragio…—-…Cada hachazo en la corvaEl tajo que afilado te sangra en la muñecaLa amargura del vaso en tus labios de almendras…
Una reducción similar del resto de las secciones arroja que el Dictamen remite a la mentira; el Edicto al sueño, la muerte; el Contracanto a la alegría; los Autos al miedo, la postergación; el Laudo al regreso, los ciclos; la Adenda al devenir del tiempo, el pasado. Temas por excelencia, todos estos, de la poesía universal.
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