Poems in English

Rose Two moons of coal hold the aroma of the brown dream of his mother's eyes. Twice the love has given in her its petals o...

lunes, 30 de diciembre de 2013


Hábitat. Antología personal 1991-2011
Dana Gelinas
Versus / Posdata Ediciones
México, 2013.
por Luis David Palacios
En las artes plásticas hay una regla para ver los objetos con la justa amplitud: la distancia debe ser el triple de su tamaño. Esta directriz se convierte en la pauta donde Dana Gelinas desdobla una voz dirigida hacia el exterior pero que no deja de ser íntima. El distanciamiento del objeto le permite entrever la singularidad en lo cotidiano, establecer una relación con el lector y denunciar la inexactitud del mundo.
La reciente antología, Hábitat, muestra el trabajo de Gelinas, desde la década de los noventa hasta el 2011, en cinco libros: Los trajes nuevos del emperador, Boxers (con el que obtuvo el prestigioso premio Aguascalientes), Altos hornosPoliéster y Bajo un cielo de cal. Sus poemas se sitúan constantemente en escenarios abiertos, nada detiene la enunciación del mundo, todo grillete ha sido eliminado. La libertad es el fin último de cada verso, por esta razón, creo, Gelinas prescinde de algunos elementos tradicionales de la poesía, por ejemplo el metro, pues en ella una medida rítmica sería solo el vacuo resonar de un compás que nada dice del universo en sus ojos. La perspectiva juega un papel fundamental, es la herramienta básica con la que se consigue la comunicación de significados vitales. Un matiz cotidiano tamiza su locución, su tratamiento temático, su simbología. Los dos poemas iniciales de Hábitat recalcan esto junto a otro elemento constante de su obra: el carácter testimonial. El artista, como decía Heidegger, es el origen de la obra y la obra es también el origen de él mismo. El testimonio de Gelinas es el círculo donde la visión individual se solidifica con los ingredientes de su entorno.
Los trajes nuevo del emperador es un muestrario de personajes y villanos. La denuncia social sostiene el andamiaje de donde penden los poemas. Cuadros de la realidad, sucesos históricos modelan la visión del testigo, iluminan la redondez absurda que nos contiene. En tal escenario conviven Michael Jackson, Pinochet, Terminator, Díaz Ordaz, Godzilla con una naturalidad aceptable por verdadera. Cada poema muestra un rincón de nuestra percepción segada por la costumbre. El uso de la tercera persona distancia al lector pero beneficia la multiplicidad de tonos y perspectivas con las que se pone el dedo en las llagas de la sociedad. El libro muestra a un ciudadano del mundo, se pasa de oriente a occidente, de país a país, de personaje a personaje sin una ruptura del discurso.
Boxers es un libro triangular. El interés de la coahuilense por los temas universales se resuelve con la mitología griega, la visita a un centro comercial y el amor. Esta mezcla insólita cambia la configuración usada en el libro primero. Ahora es más sencillo para quien lee vincularse con los poemas pues el espacio, aunque cambia de página en página, es siempre un lugar común para comprar. Ahora una melodía en primera persona evidencia las maneras contemporáneas de hacerse del amor, el ritmo del poemario es una alegoría sexual, el significado se ciñe al vacío de nuestra sociedad donde la soledad es tapiada con artículos para conseguir la belleza y, paradójicamente, no con el amor. Cupido, Victoria secret, Uranus le sirven a Gelinas para hablar de la soledad y el enajenamiento, el sexo y la feminidad.
Altos hornos condensa las operaciones de los dos libros anteriores. El distanciamiento y la cercanía son una red de significado que se deja caer 

Para seguir leyendo:
http://resenariopoesia.wordpress.com/2013/12/13/habitat-de-dana-gelinas/

Sobre la muerte y Abigael Bohórquez




abigael bohorquez
Presentamos un ensayo del poeta Luis David Palacios (Los Mochis, 1983) en torno al tema de la muerte en la poesía de Abigael Bohórquez (Caborca, 1936).  Palacios revisa el concepto de la muerte en Occidente y también en el mundo prehispánico para explicar la poesía del sonorense. Bohórquez es, sin duda, el poeta de culto de la poesía mexicana contemporánea.




Sobre la muerte en Abigael Bohórquez

Abigael Bohórquez es el poeta contemporáneo que encarna como ningún otro la muerte social. La desmedida honestidad de su voz no encontró cabida en un margen literario estandarizado por las instituciones y alguno que otro poeta. Pero pese a los esfuerzos de socavar su voz el tiempo hace justicia a su genio, su sensibilidad, su atrevimiento y sobre todo a la poesía verdadera. Tres temas colorean frecuentemente sus libros: el amor, la muerte, el compromiso social. Los ensayos críticos sobre su obra a menudo recaen sobre su sexualidad y es comprensible dada la libertad, la fina crudeza con la que habla del otro amor. Neologismos, culteranismo, indigenismos denotan un conocimiento profundo de la lengua y de la tradición, muestran una sensibilidad difícil de ahormar por sutil y precisa, por original e imprevisible, por inteligente y combativa. Nacido en el norte del país en 1937 (Caborca, Sonora) –y emigrado a la Ciudad de México, lugar donde residió por treinta años– conservará la hosquedad de los hombres de aquella región; la aridez del paisaje será un motivo más para cantarle a la soledad, un elemento en donde resonarán sus más íntimas pulsaciones. En su obra se nota una influencia de los Contemporáneos: la misma ironía suena en muchos poemas, esa impertinencia que despoja a la poesía del amaneramiento y el semblante solemne. Se habla, en el siempre poco material crítico de su obra, de la cercanía con Novo, Pellicer, Huerta, Lorca pero se debe nombrar también a Díaz Mirón. La precisión léxica del veracruzano es una herencia que Bohórquez profesa con maestría, la adjetivación y la exquisita sintaxis también son palpables en su verso, la reflexión acerca de la escritura es una preocupación común y la muerte, la muerte es esa voz interior que todo toca. Díaz Mirón, afirma Guedea, ‘‘es de los primeros en reflexionar sobre el acto poético. Interroga al lenguaje y se interroga a sí mismo’’.[1] Bohórquez también reflexiona sobre el quehacer poético en varios momentos. En Acta de confirmación[2]  dice sobre sí mismo:

‘‘poeta quiere decir, en mí,
prófugo dulce
de alguna vieja infancia de sonajas,
y en este vasallaje, en esta servidumbre
de inclinar la cerviz,
poeta es -lo más que menos–:
hambre,
vendimia de la luz
por un pedazo agrio de pan mensual,
abdicación, condena
a trabajos forzados.
Por veinte pesos diarios,
poeta, beso descolorido,
sirve, siervo,
magnolia en la majada.’’

            Díaz Mirón es el poeta modernista puro. Los cánones estilísticos de la época son asimilados y seguidos con ferviente diligencia. Su búsqueda de originalidad lo llevó a obsesionarse con la precisión léxica a un grado tal que solo es posible equipararlo con el trabajo de López Velarde. Los versos de ambos están suspendidos entre el peso de la articulación exacta y la emoción que los dicta. La sintaxis y la adjetivación ganaron un páramo de posibilidades vitales, las metáforas gastadas del romanticismo son pulidas para dar paso a una literatura imposible de imitar e imprescindible para las siguientes generaciones. Pero lo que nos interesa es resaltar el tratamiento de la muerte en Díaz Mirón, ese poeta volcado hacia sí mismo, como antecedente de Abigael Bohórquez. A  diferencia de otros modernistas embebidos en la literatura francesa, con el oído y la mirada tamizados por un largo viaje náutico, Díaz Mirón encontró en la cercanía de su propio genio lo que los demás traían de otras lenguas.

            Para hablar sobre la muerte en Abigael se presenta un marco divido en dos bloques: el desarrollo occidental y la tradición prehispánica. Se pasa después a Lascas y al final se hace un breve recorrido por la obra del sonorense hasta detenernos en su último libro: Poesida.

I. Significado antropológico de la muerte

La muerte occidental
La muerte es a todas luces un hilo unificador de las culturas; la amplitud de su rostro se empata con la complejidad del ser humano. Cada sociedad posee una actitud específica hacia la muerte y dentro de cada uno de los múltiples grupos la manera de lidiar con ella cambia a lo largo de su propia historia. Estudiar su simbología es una tarea siempre inacabada, necesaria e ineluctable. Philippe Ariès[3] divide en dos grandes bloques la percepción occidental de la muerte: una muerte avisada y una muerte inadvertida. En el primer periodo la muerte era un evento público, el individuo la esperaba acompañado de su familia y la aceptaba, en casa, sin exacerbaciones anímicas. Este tipo de deceso fue la aspiración popular desde el siglo VI al XII. La muerte cuando llegaba por sorpresa era considerada una maldición y el drama, entonces, un asunto colectivo. A los muertos se les temía, se les alejaba de las ciudades.

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