Poems in English

Rose Two moons of coal hold the aroma of the brown dream of his mother's eyes. Twice the love has given in her its petals o...

domingo, 4 de marzo de 2012


De Entre el desierto y el vértigo
Helder Moura Pereira

Escribías toda la noche. Te miraba, miraba
lo que iba quedando en las pausas entre cada
sonrisa. Por ti alteré la razón de las cosas,
haz de cuenta que no sé las cosas que no quieres
que sepa, acabé por pensarte con niños
al regresar. Ahora hay edificios donde había
naranjos y granadas en el suelo y las palabras
no lo saben decir, apenas apuntan a la calle
que fue común, el cuarto estrecho. Un libro
es suficiente en este paseo. Cuando no escribes
estás leyendo y al lado de los árboles el silencio
es más grande. De verdad te digo lo que pienso
bajando la cabeza y tú respondes siempre
con la cabeza inclinada y el humo suspendido
en el aire. Las verdades nunca se dijeron. Quería
abrazarte, volver a perderte, encontrarte
así por casualidad en mi día libre a mitad
de la semana. Se mantienen iguales las causas
de las pequeñas alegrías, lejos de la alegría, la rutina
de las sonrisas viene de cualquier vicio. Este abandono
cuesta. Porque estoy contigo y me dejas
tu imagen pasa por las noches sin sueño,
está aquí la silla en que te sentaste
a escribir leyendo. Pudiese proponerte
vida menos igual, otras iguales obligaciones.
Tenías que reír, salir a la calle, comprar el periódico.
Quédate al menos el tiempo de un cigarro, evita
conmigo que el tiempo ande. Allá afuera
están las casas, vive gente a la luz de un candelabro,
el sonido que nos llega apagado por la distancia
sólo denuncia nuestro silencio interrumpido.
Ayúdame, haremos  el inventario de las cosas
menos útiles, amarguras en la amargura mayor del tiempo.
Quédate, no te acerques, ningún día
es menos sombrío, cuando anochezca vamos a ver
los árboles cercando la casa.

Traducción del portugués, Luis David Palacios


Escrevias pela noite fora. Olhava-te, olhava 
o que ia ficando nas pausas entre cada 
sorriso. Por ti mudei a razão das coisas,
faz de conta que não sei as coisas que não queres 
que saiba, acabei por te pensar com crianças 
à volta. Agora há prédios onde havia
laranjeiras e romãs no chão e as palavras 
nem o sabem dizer, apenas apontam a rua 
que foi comum, o quarto estreito. Um livro 
é suficiente neste passeio. Quando não escreves 
estás a ler e ao lado das árvores o silêncio 
é maior. Decerto te digo o que penso
baixando a cabeça e tu respondes sempre
com a cabeça inclinada e o fumo suspenso
no ar. As verdades nunca se disseram. Queria 
prender-te, tornar a perder-te, achar-te 
assim por acaso no meu dia livre a meio
da semana. Mantêm-se as causas iguais 
das pequenas alegrias, longe da alegria, a rotina 
dos sorrisos vem de nenhum vício. Este abandono 
custa. Porque estou contigo e me deixas
a tua imagem passa pelas noites sem sono,
está aqui a cadeira em que te sentaste 
a escrever lendo. Pudesse eu propor-te 
vida menos igual, outras iguais obrigações. 
Havias de rir, sair à rua, comprar o jornal. 
Fica ao menos o tempo de um cigarro, evita
comigo que este tempo ande. Lá fora
são as casas, vive gente à luz de um candeeiro,
o som que nos chega apagado pela distância
só denuncia a nosso silêncio interrompido.
Ajuda-me, faremos o invenário das coisas
menos úteis, mágoas na mágoa maior do tempo.
Fica, não te aproximes, nenhum dia
é menos sombrio, quando anoitecer vamos ver
as árvores cercando a casa.     











viernes, 2 de marzo de 2012

De Alondras que mueren deslumbradas 
(Jorge Fernández Granados)


Carne de la fiebre diminuta donde el rencor olvida,
tierra donde medra el regocijo austero del amor,
cien veces herida por la eternidad, larva fugitiva,
cien veces cien más en el centro de un insaciable sabor.
No me acompañes a la muerte, carne, extingue mi semilla,
quema en el bostezo de una remota playa mi calor:
déjame volver hasta el silencioso lecho de la arena
y olvídame (helado hilo de viento), si aún estoy en vela.




Quizá no hay más amor del que cabe una noche entre las manos.
Quizá un hombre y una mujer jamás llegan juntos al cielo.
Son el oleaje y musgo que le pega plumas  a sus brazos,
apenas plumas de furia que se deshacen en el viento.
Quizá en el invierno el amor es un lecho mutuo y dos platos,
el alma colgada a secar en el balcón de los silencios
donde se roba y se recibe la agria leche del escarnio,
derribados por el gran polvo de la tierra y de los años.
Los poemas surgen sin que uno sea muy consciente de por qué. Se dan, simplemente. Cuando pensé escribir otra cosa sobre el tigre nunca se me ocurrió antes concentrar un conjunto de textos. Nunca pensé en hacer una larga serie, sobre todo en lo que toca a cuestiones emotivas y amorosas.

Lizalde
¿acaso hay otro?