Poems in English

Rose Two moons of coal hold the aroma of the brown dream of his mother's eyes. Twice the love has given in her its petals o...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Al Berto (um poema de O medo)


la muerte es un relámpago suspendido sobre el corazón
llega de un estrépito crepuscular de la memoria
así es el blanco de su retrato
calcinado coral... los ojos de escamas entumecidas
el hueso enterrado en el rostro... la pátina de las manos
los pies tentatculares semejantes a los enormes pulpos
de los manuales fantásticos de zoología

dormiré en la vegetación fosforosa de las aguas
todas estas horas en que te apartas de mí
no te olvides... escribe siempre
para que los días se prolonguen
donde tu cuerpo es el precioso alimento del mío

suspendido en la altura tenebrosa de las gavias... viajo
para vivir donde las señales de vida no entristezcan
y los pájaros sean presentimientos de felicidad
flotando donde se derrama el nocturno plancton
por la boca luminosa de las galaxias

y de nuestro paso permanecerá
el deslumbrante rumor de los fuegos sobre el mar

(una traducción mía del portugués)




a morte é um relâmpago suspenso sobre o coração
chega dum frémito crepuscular da memória
assim é o branco do seu retrato
calcinado coral...os olhos de escamas entumescidas
o osso enterrado no rosto...o zinabre das mãos
os pés tentaculares semelhantes aos enormes polvos
dos fantásticos manuais de zoologia
     
dormirei na vegetação fosforosa das águas
todas estas horas em que te afastas de mim
não te esqueças...escreve sempre
para que os dias se prolonguem
onde teu corpo é precioso alimento do meu
suspenso na altura tenebrosa das gáveas...viajo
para viver onde os sinais de vida não magoem
e os pássaros sejam pressentimentos de felicidade
flutuando onde se derrama o nocturno plâncton
pela boca luminosa das galáxias
e da nossa passagem permanecerá
o deslumbrante rumor dos fogos sobre o mar

Bernardo Soares (Diario lúcido)

Mi vida, tragedia caída bajo la patada de los ángeles y de la que solo el primer acto se representó .

Amigos, ninguno. Solo unos conocidos que creen que simpatizan conmigo y que tal vez sentirían pena si un tren me pasara por encima y el entierro fuera en día lluvioso.
      El premio natural de mi alejamiento de la vida fue la incapacidad, que creé en los otros, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los otros. Todavía no he conseguido no sufrir por mi soledad. Es tan difícil conseguir aquella distinción del espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia. 
     Nunca di crédito a la amistad que me demostraron, como no habría creído en el amor si me lo hubieran demostrado, lo cual, por cierto, sería imposible. Aunque nunca me hiciera ilusiones de aquellos que se decían mis amigos, conseguí sentirme desilusionado con ellos– tan complejo y sutil es mi destino de sufrir.
    Nunca dudé de que todos me traicionarían; y me sorprendí siempre cuando me traicionaron. Cuando sucedía lo que yo ya esperaba, siempre me resultaba inesperado.
    Como nunca me descubrí cualidades que atrajeran a alguien, nunca pude creer que alguien se sintiera atraído por mí. Esta convicción sería de una modestia estulta, si los hechos uno tras otro –aquellos inesperados hechos que yo ya esperaba– no acabaran siempre por confirmármela.
    No puedo concebir tampoco que me estimen por compasión, porque, aunque físicamente descuidado e inaceptable, no tengo aquel grado de humillación orgánica que permite entrar en la órbita de la compasión ajena, ni siquiera aquella simpatía que uno atrae cuando no es evidentemente merecida; y para lo que en mí merece piedad, no puede haberla, porque nunca hay piedad para los lisiados de espíritu. De modo que caí en aquel centro de gravedad del desdén ajeno en el que no consigo atraer la simpatía de nadie.
    Toda mi vida ha sido un querer adaptarme a esto sin sentir demasiado su crueldad y su abyección.
    Es preciso cierto coraje espiritual para que un individuo reconozca sin miedo que no es más que un harapo humano, aborto sobreviviente, loco aunque fuera de las fronteras del internamiento; pero se necesita aún más coraje de espíritu para, reconocido eso, crear una adaptación perfecta a ese destino, aceptar sin revuelo, sin resignación, sin gesto alguno, o esbozo de gesto,  la maldición orgánica que la naturaleza le impuso. Pretender que no se sufra con esto, es pretender demasiado, porque no cabe en lo humano aceptar el mal, verlo así y llamarlo bien; y, aceptándolo como mal, es imposible no sufrir por su causa.
    Concebirme desde fuera fue mi desgracia –una desgracia para mi felicidad. Me vi como los otros me ven, y pasé a despreciarme no tanto porque reconociera en mí cualidades de tal naturaleza que me hicieran merecedor de desprecio, sino porque pasé a verme como los otros sienten por mí. Sufrí la humillación de conocerme. Como este calvariono tiene nobleza, ni resurrección días después, yo no pude sufrir con lo innoble de todo esto.
    Comprendí que era imposible que alguien me amara, a no ser que careciera de todo sentido estético –y entonces lo despreciaría por eso; y que incluso simpatizar conmigo no podía pasar de ser un capricho de la indiferencia ajena.
    ¡Ver claro en nosotros y en cómo los otros nos ven! ¡Ver esta verdad frente a frente! ¡Y al final el grito de Cristo en el calvario, cuando vio, frente a él, su verdad: Señor, señor por qué me has abandonado!

(Una traducción mía del portugués)




A minha vida, tragédia caída sob a pateada dos anjos e de que só o primeiro acto se representou.
Amigos, nenhum. Só uns conhecidos que julgam que simpatizam comigo e teriam talvez pena se um comboio me passasse por cima e o enterro fosse em dia de chuva.
O prémio natural do meu afastamento da vida foi a incapacidade, que criei nos outros, de sentirem comigo. Em torno a mim há uma auréola de frieza, um halo de gelo que repele os outros. Ainda não consegui não sofrer com a minha solidão. Tão difícil é obter aquela distinção de espírito que permita ao isolamento ser um repouso sem angústia.
Nunca dei crédito à amizade que me mostraram, como o não teria dado ao amor, se mo houvessem mostrado, o que, aliás, seria impossível. Embora nunca tivesse ilusões a respeito daqueles que se diziam meus amigos, consegui sempre sofrer desilusões com eles — tão complexo e subtil é o meu destino de sofrer.
Nunca duvidei que todos me traíssem; e pasmei sempre quando me traíram. Quando chegava o que eu esperava, era sempre inesperado para mim.
Como nunca descobri em mim qualidades que atraíssem alguém, nunca pude acreditar que alguém se sentisse atraído por mim. A opinião seria de uma modéstia estulta, se factos sobre factos — aqueles inesperados factos que eu esperava — a não viessem confirmar sempre.
Nem posso conceber que me estimem por compaixão, porque, embora fisicamente desajeitado e inaceitável, não tenho aquele grau de amarfanhamento orgânico com que entre na órbita da compaixão alheia, nem mesmo aquela simpatia que a atrai quando ela não seja patentemente merecida; e para o que em mim merece piedade, não a pode haver, porque nunca há piedade para os aleijados do espírito. De modo que caí naquele centro de gravidade do desdém alheio, em que não me inclino para a simpatia de ninguém.
Toda a minha vida tem sido querer adaptar-me a isto sem lhe sentir demasiadamente a crueza e a abjecção.
É preciso certa coragem intelectual para um indivíduo reconhecer destemidamente que não passa de um farrapo humano, abono sobre-vivente, louco ainda fora das fronteiras da internabilidade; mas é preciso ainda mais coragem de espírito para, reconhecido isso, criar uma adaptação perfeita ao seu destino, aceitar sem revolta, sem resignação, sem gesto algum, ou esboço de gesto, a maldição orgânica que a Natureza lhe impôs. Querer que não sofra com isso, é querer de mais, porque não cabe no humano o aceitar o mal, vendo-o bem, e chamar-lhe bem; e, aceitando-o como mal, não é possível não sofrer com ele.
Conceber-me de fora foi a minha desgraça — a desgraça para a minha felicidade. Vi-me como os outros me vêem, e passei a desprezar-me não tanto porque reconhecesse em mim uma tal ordem de qualidades que eu por elas merecesse desprezo, mas porque passei a ver-me como os outros me vêem e a sentir um desprezo qualquer que eles por mim sentem. Sofri a humilhação de me conhecer. Como este calvário não tem nobreza, nem ressurreição dias depois, eu não pude senão sofrer com o ignóbil disto.
Compreendi que era impossível a alguém amar-me, a não ser que lhe faltasse de todo o senso estético — e então eu o desprezaria por isso; e que mesmo simpatizar comigo não podia passar de um capricho da indiferença alheia.
Ver claro em nós e em como os outros nos vêem! Ver esta verdade frente a frente! E no fim o grito de Cristo no calvário, quando viu, frente a frente, a sua verdade: Senhor, senhor, porque me abandonaste?

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Wisława Szymborska

Aprovecho el más antiguo derecho de la imaginación
y por primera vez en la vida invoco a los muertos,
observo sus rostros, escucho sus pasos,
aunque sé que el que ha muerto ha muerto de verdad.

Ya es hora de tomar nuestra propia cabeza entre las manos
y decirle: pobre Yorick, ¿dónde está tu ignorancia,
dónde tu confianza ciega, dónde tu ingenuidad,
tu ya-saldrá-de-alguna-forma, el equilibrio de tu alma
entre la verdad comprobada y la no comprobada?

Creí en su traición, creí en que no merecen nombre
ya que la mala hierba se burla de sus desconocidas tumbas
y los imitan los cuervos y las nevascas se mofan de ellos
–pero éstos fueron, Yorick, sólo falsos testigos.

La eternidad de los muertos dura
mientras se les paga con memoria,
moneda inestable. Y no hay día
en que alguien no pierda su eternidad.

Hoy de la eternidad sé aún más:
se puede dar y quitar.
Al que se ha llamado traidor
tiene que morir junto con su nombre.
Pero nuestro poder sobre los muertos
exige una balanza imperturbable:
para que el juicio no se haga de noche
y para que el juez no esté desnudo.

La tierra hierve y ellos, que ya son tierra,
se levantan, terrón tras terrón, puñado a puñado,
salen del silencio, vuelven a sus nombres,
a la memoria del pueblo, a los laureles y aplausos.

¿Dónde está mi poder sobre las palabras?
Las palabras cayeron al fondo de las lágrimas,
palabras, palabras incapaces de resucitar a la gente,
descripción muerta como una fotografía junto al resplandor del magnesio.
Y ni siquiera a un mínimo aliento los puedo despertar
yo, Sísifo asignado al infierno de la poesía.

Vienen hacia nosotros. Y filosos como diamantes
–en las vitrinas brillosas por enfrente,
en las ventanas de acogedores departamentos,
en los lentes rosados, en los vasos,
cerebros, corazones– calladamente van cortando.





(Así se escribía en Polonia por allá en los cincuentas)