Así se oye la lluvia en dos continentes
Este es Pessoa en El libro del desasosiego
En cada gota de lluvia mi vida fracasada llora con la naturaleza. Hay algo de mi desasosiego en el gota a gota, en el chaparrón a chaparrón con que la tristeza del día se derrama inútilmente sobre la tierra.
Llueve tanto, tanto. Mi alma está húmeda de oír llover. Tanto...Mi carne está líquida y acuosa en torno a mi sensación de lluvia.
Un frío desasosegado pone manos gélidas en torno a mi pobre corazón. Las horas cenicientas y [ ] se alargan, se enllanuran en el tiempo; los momentos se arrastran.
¡Cómo llueve!
Los canalones chorrean torrentes mínimos de aguas siempre repentinas. Desciende por mi saber que hay canalones un ruido perturbador de caída de agua. Golpea contra la cristalera, indolente, gemidoramente, la lluvia; [ ]
Una mano fría me aprieta la garganta y no me deja respirar la vida.
¡Todo muere en mí, incluso el saber que puedo soñar!
No estoy bien de ningún modo físico. Todas las suavidades en las que me reclino tienen para mi alma aristas. Todas las miradas adonde miro están tan oscuras de golpearles esta luz del día como para morirse sin dolor.
Este es Abigael en Las amarras terrestres
Y
llueve.
Junto
al bramido esbelto de los trenes
—tránsito
diluvial—
viene
y va la ciudad lavando su arpa.
Llueve;
oratoria
rasgada,
pasmo
abierto.
Diluida,
mana tu ausencia elementales ríos.
Marineros
terráqueos, abren
cartas
de navegar los automóviles.
Nada
en junio el verano
y es
un buzo patriarcal la estatua
de
Cristóbal Colón.
Por
las culebras de asfalto
—haraganas
sin rostro y sin hartazgo—
trajinan
almirantes apagados.
Fieles
a los espermas de la lluvia
las
gladiolas esperan su cornada.
Llueve.
Ojo
de la pintura.
“Tal vez…”
Todo fue dicho, Laura.
Y también lluevo.
Hacia desembocados lagrimales me derramo
por la ciudad sin ti,
yo que al vértigo aunado
voy.
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